miércoles, 30 de septiembre de 2015

Kaddish, de Allen Ginsberg



Kaddish, de Allen Ginsberg (Anagrama, 2014. Traducción de Rodrigo Olavarría). 
Allen Ginsberg es una fuerza de la naturaleza. Un huracán que arrasa con todo. Pero también es delicado como un crepúsculo naranja. Su fuerza es directamente proporcional a su sutileza; su belleza puede ser entrañable o desgarradora y vulgar. Ese es su secreto. Conozco pocos poetas como Ginsberg, por no decir, que es un poeta único.

Recuerdo cuando leí por primera vez Aullido. Tenía menos de 20 años y era joven y quería comprender la realidad y sobre todo, quería absorber la poesía. Y Aullido me mostró una mirada que abarca muchos matices, contradicciones, celebraciones. El libro me reveló una parte dolorosa y emocionante de la realidad, así como una parte fascinante y compleja  de la poesía. Entre otras cosas, porque no lo entendí desde el punto de vista tradicional, pero por eso mismo me gustó. Porque me deslumbró desde su ritmo trepidante, desde su sintaxis violenta. Además, apreciaba una ética políticamente incorrecta como pocas veces había leído, así como una belleza trágica y una visión crítica con el mundo occidental. Después de varias lecturas, el libro ha seguido creciendo dentro de mí, ramificándose, filtrando sentidos y descubrimientos nuevos. Ginsberg es un poeta que ilumina y no todo el mundo está preparado para enfrentarse a esa experiencia. Para querer ver la luz, hay que adentrarse en las sombras.

Creo que solo por este libro, Allen Ginsberg es uno de los poetas más necesarios del siglo XX. Pero uno lee Sándwiches de realidad o La Caída de América, y comprende que el poeta tiene un largo recorrido, más allá de su personaje, de la construcción del mito que Occidente ha creado de él (y él ha contribuido a crear). Sus poemas siguen siendo racionalmente irracionales, emocionales, valientes, prosaicos. Da igual el personaje, porque el poeta es todavía mayor que el personaje.

Y ahora llega uno de los poemas más celebrados en su vida, por fin traducido al español. Me pregunto por qué hemos tenido que esperar tantísimos años para disponer de una edición que nos permita leer un poema comparable a Aullido, tanto en calidad como en cantidad (¿tal vez porque España tiene esas lagunas, esos agujeros negros que tardan décadas en resolverse?). Obviando este agujero negro (si es que un agujero negro puede obviarse), encontramos que en Kaddish hay de nuevo más dolor y más belleza,  más ritmo trepidante que corta el aliento. No olvidemos que el poeta de Nueva Jersey lo escribió a finales de los 50, pocos años después de Aullido, una vez que ya había deslumbrado al mundo con su primera publicación y lo que el lector tiene ahora en sus manos sigue teniendo la vigencia y la pegada de hace 50 años. De manera que el paso del tiempo parece que le ha sentado bien al poemario. ¿Hasta qué punto Occidente ha perpetuado sus comportamientos abominables? ¿Hasta qué punto Ginsberg se sigue erigiendo como un poeta iluminador?

Obviando todo esto (si es que se puede obviar una fuerza de la naturaleza, si es que se puede obviar un agujero negro de más de cincuenta años), Kaddish es otro huracán, otro poema elegíaco lleno de dolor, belleza e intento de comprensión. Porque Ginsberg, al igual que su admirado Lorca, es un poeta deshumanizado y lleno de humanismo. Porque su mirada es la ampliación de una realidad que casi nadie quiere ver. Parece que Ginsberg se rizoma con poetas de la estirpe de Rimbaud, Lorca, Vallejo. Y eso es algo que da miedo y a la vez, deslumbra.

Pero vayamos al poemario. Naomi, madre de Allen Ginsberg, fue diagnosticada con esquizofrenia paranoide, y tratada varias veces con electroshock y lobotomía, estando internada en numerosas ocasiones, sufriendo una degradación física y psicológica cada vez mayor, hasta morir en 1956, a la edad de 60 años. En el momento de su entierro, tan solo hubo siete personas que asistieron al acto, número insuficiente para poder realizar un kadish, un tipo de plegaria judía que rinde tributo a los muertos. Kaddish, es el poema fúnebre de origen judío que el joven Allen dedicó a su malograda madre.

Decía Michel Foucault que a partir del siglo XVII el loco es "juzgado y condenado por la sociedad de la que forma parte". Y también hablaba de los hospitales afirmando que son una "instancia de orden, de orden monárquico y burgués que surge en Francia en esa misma época". No cabe duda, después de leer el epílogo, de que Naomi sufrió auténticas aberraciones y sería pertinente detenernos un momento para reflexionar sobre el sometimiento que seguramente sufrió Naomi en manos de las instituciones. En todo caso, el dolor de Allen por ver cómo su madre empeoraba y cómo era tratada en esos centros, le produjo la rabia suficiente para rendirle un homenaje y acabó revelando una parte muy íntima de su historia familiar. De la tragedia que vivió su madre, salió un poema bello y duro, repleto de amor y ternura.




Kaddish fue publicado en España en el año 2014 (su primera edición es de 1961 en la editorial City Light Books del gran Lawrence Ferlinguetti) y parece llegar en un momento necesario, desesperado, lleno de incertidumbre política y ética. El libro, traducido correctamente por Rodrigo Olavarría, está muy bien editado. Cuenta con un epílogo firmado por el crítico Bill Morgan y una nota del propio Allen, repasando la situación que le llevó a escribir Kaddish y la relación que tuvo con su madre, además de un resumen biográfico de esta. De manera que uno acaba entendiendo la importancia que Naomi tuvo no solo en su vida, sino también en su poesía. El epílogo de Morgan es un esclarecedor ensayo sobre el proceso de escritura del poema y la larga vida posterior que este ha tenido, con intentos de adaptación cinematográfica y numerosas representaciones sobre los escenarios.

"Kaddish", el poema que da título al libro, es un texto prosaico, una letanía escrita con versículos largos y una construcción sintáctica rica en matices, de ritmo oscilante, con repeticiones,  imágenes surrealistas, flashbacks, sin restricciones morales o estéticas. El poema, dividido en cinco fragmentos, en su conjunto resulta impresionante. Además del celebrado poema, encontramos otros textos notables, surgidos a partir de experiencias con drogas o con viajes a Europa y Sudamérica, como "En la tumba de Apollinaire", "Gas de la risa", "Mescalina" o "Ácido lisérgico", donde la prosa poética de Ginsberg pulula a sus anchas, repleta de escenas oníricas y surrealistas que buscan un sentido místico, una reflexión profunda a la vez que alucinada. Muchas de sus frases dibujan una sentencia incuestionable, celebradora de la existencia, ampliadora de la conciencia.

Leyendo sus versos intensos, las plegarias dedicadas a su madre, uno podría pensar que su rezo público es una necesidad de recordar, de aceptar y de celebrar. Hay gente que no tiene memoria; hay instituciones que no tienen memoria; hay países que no tienen memoria. Sin embargo, la memoria es una herida que no puede desaparecer. Naomi, la madre de Allen, podría ser la madre de cuaquiera, o por qué no, el país de cualquiera, o el mismo Occidente. Una enfermedad que tiene difícil cura. Decía Rimbaud: “Para qué un mundo moderno, si se inventan semejantes venenos”.

En la poesía de Allen Ginsberg hay comprensión, denuncia, visión. Eso es suficiente para muchos, pues amplía el área de conciencia. Leyendo su poesía, pienso en un escorpión mirándose en un espejo.  El mundo no sabe (casi) nada sobre Ginsberg, y si lo sabe, es que no lo tiene en cuenta y se está suicidando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario