viernes, 28 de agosto de 2015

Banksy y su provocación lúdica




Recién estrenado el parque temático Dismaland, creado por el artista Banksy, uno no sabe -de nuevo-, si el grafitero británico está dentro del establishment y lo pretende disimular o precisamente lo utiliza para ridiculizarlo y deconstruirlo. Ya se sabe que desde hace tiempo, sus obras han pasado de la calle a las salas de museos y exposiciones y su valor ha adquirido en los últimos años un precio desorbitado. Quien haya visto la divertida y muy aconsejable película Exit Through the Gift Shop tendrá al menos una opinión  al respecto, si bien el falso documental es una gran broma y un gran puñetazo al mundo de la crítica del arte y los coleccionistas. El humor en la cinta es un gran añadido, y el poso que deja después del visionado es fascinante.



Dismaland es un parque temático no apto para niños, como dicen los propios portavoces de Banksy, un espacio que aúna obras de casi 60 autores distintos, y que tendrá un concierto de Massive Attack o Pussy Riot, entre otros grupos musicales. El parque es una gran parodia de Disneyland y un guiño al anarquismo. Las entradas cuestan 3 libras, sin embargo, hay muchas que se subastan por internet por valor de 1300 euros, y Banksy permite, a pesar de colgar el cartel de "No hay billetes", abrir el parque exclusivamente a amigos famosos, como Brad Pitt o Jack Black, lo que ha aumentado la controversia de hasta qué punto Banksy sigue siendo contracultural.

Al final sigue quedando un resquemor, una duda que no puede evaporarse: ¿a qué juega Banksy? En todo caso, ya sea por una construcción de un personaje repleto de misterio y admiración, o por aprovechar las debilidades e incoherencias del mundo banal del arte, Banksy sigue provocando y jugando.




Página oficial de Dismaland: http://dismaland.co.uk

miércoles, 19 de agosto de 2015

Notas de Eric Rohmer II



Un arte que, siendo por excelencia el arte del movimiento, debe organizar el código de significaciones que utiliza en función de una concepción general, ya sea del tiempo, ya del espacio, sin que exista a priori ninguna razón para que el tiempo desempeñe aquí una papel privilegiado.  El espacio, por el contrario, parece ser la forma general de sensibilidad que le es más esencial en la medida en que el cine es un arte de la vista.

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No se trata del espacio filmado como el espectador se imagina, sino de un espacio virtual reconstituido en su espíritu, con la ayuda de los elementos fragmentarios que el film le ha suministrado.

*

Si, personalmente, prefiero el término de mise en escène es porque yo no lo entiendo como realización, sino como concepción: el arte del concebir un film.

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La imagen no está hecha para significar, sino para mostrar.

(Eric Rohmer, edición de Carlos F. Heredero y Antonio Santamarina, Cátedra, Madrid, 1991).

lunes, 3 de agosto de 2015

Lee Ranaldo: Road Movies



Toronto

Esta noche me arrancaron la cadena del cuello
cuando me incliné hacia el público mientras tocábamos Kool Thing.
También me quitaron el reloj,
me rompieron los pantalones nuevos,
mientras daban vueltas a un ritmo estroboscóbico
para alcanzar un estado olvidado hace tiempo.
Trataban de liberar algo indescriptible,
algo inconmensurable, durante un rato.
Me obligaban a saltar,
poniendo ascuas bajo pies,
conteniendo la respiración,
incitándome,
haciéndome pagar por lo que no pueden hacer por sí mismos,
con la esperanza de que yo colmara el vacío
que sienten en sus cabezas
pequeñas y puntiagudas.
Intentaban llegar al éxtasis en la sala,
estatuas aladas que observan,
que a gritos pedían más, siempre más, hasta que finalmente
-finalmente-
la energía se liberó, pasó a mi cuerpo
y me mantuvo en vela toda la noche con visiones delirantes e inagotables.
Ellos pudieron acabar el día
saciados
y desfilaron hacia el frío,
algunos con su amante,
pero la mayoría
no eran más que unos críos
que al final iban a poder dormir.

*

OCTUBRE

aquí
llega
octubre
y
llevo
seis
meses
fuera
de
casa.

todos
los
adioses
se
han
pronunciado.

he
soltado
toda
la
carga.




(Lee Ranaldo, Road Movies.  Acuarela Libros, 2003. Traducción de José Elías Rodríguez Cañas y Tomás González Cobos).