jueves, 30 de septiembre de 2010

Tres, de Roberto Bolaño


Estos días he estado releyendo Tres, uno de los libros de poesía de Roberto Bolaño, y lo cierto es que cada vez que lo leo me gusta más. Su heterogeneidad. Su capacidad de síntesis de literaturas e influencias diversas. Su poesía narrativa. Su narración poética. Su mirada alucinada de la realidad. Añado un poema que constituye el último fragmento del tercer poemario del libro, titulado Un paseo por la literatura. El poema o fragmento en cuestión es el número 57:

Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros para pintar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras él jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte. Después se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?


(Roberto Bolaño, Tres, Ed. Acantilado).

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Doble ración de Antonio Moresco


El volcán, de Antonio Moresco (Traducción de Piero Dal Bon y Albert Fuentes, Ed. Melusina, 2007).

Primer libro publicado en español de este polémico e interesante escritor italiano, que presenta la editorial Melusina. El volcán está dividido en varias partes que obedecen a objetos distintos, lo que lleva a pensar en cierta heterogeneidad, si bien la fina ironía que se desprende de sus líneas y la mirada mordaz y crítica con respecto al mundo literario otorga una mayor unidad al conjunto de los textos. El origen de los textos y su naturaleza son de diversa índole (diario, panfletos, escritos, relato), siendo lo más significativo a nivel formal la mezcla de estos subgéneros de no ficción con el relato ficcional. Así, los dos panfletos que forman la primera de las tres partes del libro, responden a un objetivo más crítico sobre la obra de autores como Italo Calvino o Pier Paolo Pasolini –y sobre todo, del mundo académico italiano-; las partes segunda y tercera obedecen a una mayor subjetividad, a medio camino entre los diarios, los escritos y el relato.

En la primera parte, la más incendiaria –también la más discutible- titulada Dos panfletos, Antonio Moresco aborda numerosos temas, siempre desde una posición de outsider, tratando de desmontar muchos dogmas estéticos, criticando la autoglosa que han ejercido y ejercen muchos autores, y atacando directamente a la hegemonía literaria más académica. La visión comprometida e incorruptible de Moresco recuerda al Roberto Bolaño de los textos ensayísticos de El gaucho insufrible (no dudo que el escritor de origen chileno habría disfrutado enormemente con este libro), lo que evidencia la estirpe a la que pertenece intelectualmente. Por otra parte, resulta muy original la analogía que el italiano establece entre la muerte y el laberinto, en el artículo titulado “La forma y la muerte”.

La segunda parte, titulada Páginas de diario es –salvo algunos pasajes- una perturbadora mezcla de escritura alucinada y opiniones contundentes sobre la concepción de la literatura, pero también sobre la vida, como el epígrafe titulado La esperanza: “La esperanza es una ilusión, una alucinación”. Moresco no tiene reparos a la hora de desmitificar y -utilizando una palabra suya- desenmascarar conceptos tan moralizantes como “el mal”, “el pesimismo” o elementos culturales tan desgastados como “Postmodernismo”. Moresco cuestiona los cánones, desentraña los entresijos que se acaban agotando, repitiendo: “Nadie que reconozca un paso distinto, otra voz” o “Todos quieren ir más allá de la literatura, sobre todo quienes nunca han logrado ni lograrán alcanzarla”.

La tercera parte, Dos escritos, aúna fragmentos de un diario y un texto sobre Samuel Beckett. “¿Quién habrá inventado esta historia de la cotidianidad?” se pregunta el narrador en un diario no exento de humor y fina ironía que invaden las frases, junto a una ligera tensión que, como en una película de Antonioni, parece esconder una realidad a punto de salir a la superficie. El texto titulado “El manierista de la nada” es una reelectura de la Trilogía de Samuel Beckett (Molloy, Malone muere y El innombrable) y en él, el autor italiano aborda su peculiar relación con Beckett, a la vez que supone un turbio relato sobre lo cotidiano.

Al final, la lectura de El volcán resulta más compleja de lo que pueda parecer, con un corpus diverso, y con un hilo que une cada uno de los textos, sobre todo en la manera de abordar la literatura y el mundo, lo que se refleja en cada uno de los escritos. Cuando acabé el libro me di cuenta de que yo, como lector, había sufrido una metamorfosis; si en un primer momento me estaba enfrentando a un texto ensayístico, al final no sabía separar la ficción de la no ficción. Y tal vez en ello radica el mayor interés. Más que un libro de ensayos o de crítica (“No soy un crítico literario”, dice Moresco en su primera línea) se trata de una fusión entre la escritura ensayística y autobiográfica con la ficción. De hecho, ahora creo que todo no es más que una gran excusa para escribir audaces y originales relatos kafkianos sobre la vida cotidiana, la literatura y la muerte. Y lo mejor de todo es que algunas frases o pasajes me vienen a la cabeza cuando quieren, como suele ocurrir con los escritos, películas y demás obras artísticas con un poso profundo.




La cebolla, de Antonio Moresco (Traducción de Piero Dal Bon y Albert Fuentes, Ed. Melusina, 2007).

Conocimos una primera publicación de este interesante escritor, El volcán a principios de 2007, lo que fue una sorpresa por la capacidad de aunar distintos géneros (ensayo, relatos, diario, cartas, coloquio), obteniendo un discurso coherente y a veces fascinante, además de una mirada crítica y lúcida sobre la literatura y la realidad. El segundo libro de Moresco publicado en España es la novela erótico-existencial La cebolla.

En La cebolla no encontraremos el riesgo por la provocación ni el interés heterogéneo de la mezcla de géneros que se daban en El volcán, pues esta novelita contiene una historia lineal más o menos “convencional”, si bien está llena de matices que contienen un atractivo notable para el lector.

Una pareja llega a una ciudad anónima y vive en un pequeño apartamento donde tan solo hay una ventana como vínculo con el mundo exterior. En ese microespacio vital, la pareja solo realiza una actividad cotidiana: sexo. Su temática erótica -o pornográfica si se quiere-, puede resultar a veces monótona y repetitiva, pero está justificado, ya que supone un reflejo de la visión cotidiano-existencial de los personajes. Así, el sexo se convierte primeramente en una aventura y después en una rutina que acaba perdiendo todo tipo de interés para los protagonistas, víctimas de su propia incomunicación. La conexión con el exterior se basa en olores, ruidos y conversaciones, pequeños detalles cotidianos como las mujeres que sacuden las alfombras en las ventanas o la gente sentada en los bancos de los parques. Dentro de su casa, la única actividad –aparte del sexo- que parece llamar la atención del personaje protagonista es observar a otras dos parejas, en una clara confrontación de espejos e identidades: 1) los vecinos, que también hacen el amor y hablan a través de la fina pared, y 2) Romeo y Julieta, dos tortugas que parecen abocadas al vacío existencial en su inactividad y a la inminencia de la muerte.

Ante las continuadas escenas sexuales, el personaje va cayendo en un ensimismamiento progresivo, de manera que la obsesión por el sexo lo va alejando todavía más de la comunicación con su compañera, hasta el final febril donde ya se ha transformado en un ser kafkiano –en el relente Gregorio Samsa-, pasando los días observando una cebolla, sus diferentes capas de la piel, sus brotes, su forma amorfa. Incluso la desesperación lo convierte en un dominador ante su propia compañera, envuelto en una atmósfera asfixiante. Al final, el sexo (la existencia) se convierte en un acto animal.

El lenguaje y la descripción forman un todo, que es uno de los mayores atractivos de la novela. Un lenguaje expresivo, que busca la imagen poética incluso en la explicitud de la fealdad, con expresiones que a veces rayan el neologismo. Entrañas, olores, residuos, carne, viscosidad, órganos, pieles podridas; todo forma un conglomerado de sensaciones fisiológicas que resaltan lo feo, la podredumbre, porque es algo que va unido a lo humano, como capas distintas de la realidad. Un lenguaje y una expresividad que recuerdan al pintor Francis Bacon, porque detrás de la corporalidad y el sexo se esconde la desesperación y la amenaza de la muerte.

Releyendo alguna de las impactantes frases de El volcán, me convenzo de que Antonio Moresco no es un pesimista, sino que es un observador de la realidad que escribe de manera alucinada, porque alucinada es la realidad que vivimos, aunque no queramos darnos cuenta. Y lo mismo se podría decir de esta novela extraña y lúcida que por momentos parece pura pornografía, pero que evoluciona hacia un asfixiante final donde la carne y el sexo se ven superados por la propia existencia cotidiana y la amenaza de la muerte.


(Reseñas publicadas originariamente en www.deriva.org)

sábado, 25 de septiembre de 2010

The Wire: 10 dosis de la mejor serie de televisión


The Wire. 10 dosis de la mejor serie de televisión, VVAA, Errata Naturae, Madrid, 2010.

Una vez acabada la última escena de The Wire solo quedan dos cosas por hacer. O bien resignarse ante un gran vacío, un pozo sin fondo, un lago congelado en el mundo de las series y de la ficción en general, o bien, intentar sustituir ese vacío con material literario que mantenga viva la llama. De momento, yo he optado por la segunda, pues, aunque no haya una continuación de la serie que dura 5 temporadas, tenemos la oportunidad de disfrutar y de leer The Wire gracias al estupendo libro editado por Errata Naturae.

¿Puede una serie de televisión adquirir el rango de arte? ¿Puede equipararse al mejor cine o la mejor literatura? ¿De qué género estaríamos hablando? Este libro contiene algunas claves críticas que permiten responder, o al menos dilucidar algunas de estas cuestiones.

Se trata de una recopilación de 10 “dosis” acerca de la “mejor serie de televisión” (así reza el título del libro). Tal vez la “dosis” más intensa sea la primera, un ensayo a modo de introducción escrito por David Simon, creador de la serie, y auténtico ideólogo televisivo, que desvela varios “secretos” y anécdotas de cómo se produjo The Wire, además de aportar su visión literaria y hasta política de la serie. Podría parecer que Simon fuera demasiado consciente de la grandeza de The Wire y por ello nosotros pensar que es un pelín pedante, pero no le falta razón a este creador mayúsculo (es creador asimismo de Homicide, o de las miniseries The Corner, y más recientemente, Generation Kill y Treme).

The Wire, considerada por muchos medios y telespectadores como una de las mejores series de la historia de la televisión, ha sido todo un éxito en el boca a boca, tanto en la crítica especializada como en los blogs de entusiastas que alucinan con Omar Little o con Avon Barksdale o con Jimmy McNulty. Por lo visto, en HBO (canal norteamericano donde también se emitieron otras series de culto como A dos metros bajo tierra (Six Feet Under) y Los Soprano) fueron conscientes de que The Wire recuperaría su inversión varios años después de haber sido finalizada, ya que nunca tuvo mucho éxito mientras fue emitida, si bien hacia el final de la serie ya había aumentado notablemente su reputación e interés, cuando escritores, guionistas, críticos, periodistas, blogueros y telespectadores (habría que inventar un término que designara a los telespectadores que ven las series “bajadas” por internet) se quedaron –y siguen quedándose- prendados por las historias sórdidas ambientadas en la ciudad de Baltimore. Historias sin concesiones de ningún tipo y modos narrativos deudores de las grandes novelas que, con sus digresiones, su lentitud narrativa, sus subtramas tejidas con pasmosa conexión, diseccionan la realidad de la otra América. Un tipo de realismo que no habíamos visto antes en televisión. Según ha reconocido el propio Simon: “La pauta que sigo para intentar ser verosímil es muy sencilla: que se joda el lector medio”. Sobran los comentarios. Otra cita que podemos rastrear en la entrevista que realiza Nick Hornby a David Simon y que condensa el espíritu de la serie es: “La serie trataría sobre el capitalismo salvaje que va arrasándolo todo, sobre cómo el poder y el dinero se confabulan en una ciudad americana postmoderna”. ¿Existe algo más político y ambicioso en televisión actual?

Entre los distintos textos, encontramos propuestas que evidencian la profundidad que puede alcanzar The Wire. Desde una incursión apasionada al más puro estilo Fresán (como no podía ser de otra manera por el autor de Jardines de Kensington, quien por cierto, afirma que: “The Wire es The Beatles” y “Los Soprano es Elvis”) hasta una entrevista realizada a Simon por el escritor británico Nick Hornby. Entre los ensayos, hay donde elegir. El primero es una tematización de la relación entre la ciudad y la literatura, escrito por Jorge Carrión; otros, debaten acerca de la influencia de la tragedia griega en la serie, como Iván de los Ríos; Sophie Fuggle hace una lectura foucaultina sobre las relaciones de poder visibles en la serie; Marc Pastor ofrece su punto de vista literario desde su experiencia como policía de homicidios y Marc Caellas invoca a Thomas Szasz para desvelar la hipocresía de la sociedad en el tema de las drogas. Destaca también el artículo de Margaret Talbot, que dibuja un retrato de ese hombre: el creador y productor ejecutivo y también máximo guionista, David Simon. Y de postre, una última dosis que alargará el estado catatónico en el que habremos quedado: el notable cuento “El confidente” de George Pelecanos, importante narrador de novela policiaca y guionista de The Wire.

Este libro tiene en mi opinión otra faceta muy aconsejable: alberga tantas referencias al trabajo de los guionistas y al proceso de producción de la serie, que también sirve de manual para guionistas. De hecho, ahora que lo pienso, me parece, sobre todo, un estupendo “curso” para escribir guiones (siempre y cuando uno haya visualizado antes los distintos episodios de The Wire).

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Un poema de Ted Hughes


Rojo


El rojo era tu color.

Y si no había rojo, entonces blanco. Pero

Tú siempre te rodeabas de rojo.

Rojo sangre. ¿Era eso: sangre?

¿Rojo ocre, para acalorar a los muertos?

Hematites para inmortalizar

Las preciosas reliquias, los preciados huesos de la familia.


Cuando por fin te saliste con la tuya,

Nuestro cuarto fue rojo. Una sala de juicio.

Un joyero cerrado. La alfombra de sangre

Decorada con manchas solares, coágulos.

Las cortinas de pana –sangre rubí,

Cataratas de pura sangre resplandeciente, cayendo a plomo desde el techo.

También los cojines. Y también

El asiento pegado a la ventana, de un carmín crudo.

Una celda palpitante. Un altar azteca –un templo.


Tan sólo las estanterías se libraron, acogiéndose al blanco.


Y afuera, tras la ventana,

Amapolas finas, frágiles y arrugadas

Como la piel en carne viva,

Salvias, de las que tu padre sacó tu nombre,

Como la sangre manando de un tajo,

Y rosas, las últimas gotas del corazón,

Catastróficas, arteriales, condenadas.


Tu amplia, larga falda de terciopelo, una venda de sangre,

Un profuso río de borgoña.

Tus labios bañados de oscuro carmesí.

Tú te regocijabas en el rojo,

Pero a mí me resultaba crudo –como los bordes crepitantes

De una herida cicatrizando bajo una gasa. Yo podía tocar

La vena abierta en ella, su brillo encostrado.


Todo cuanto pintabas, pintabas de blanco

Lo salpicabas luego de rosas, lo derrotabas,

Reclinada sobre ello, pingando rosas,

Llorando rosas y más rosas,

Y a veces, entre ellas, un pequeño pájaro azul.


El azul te sentaba mejor. El azul te daba alas.

Las sedas azules del martín pescador de San Francisco

Envolvieron tu preñez

Con caricias de crisol.

El azul era tu espíritu benéfico –no un demonio

Electrificado, sino un guardián solícito.


En el pozo del rojo

Te escondiste de la blancura ósea de la clínica.

Pero la joya que perdiste era azul.


(Ted Hughes, El azor en el páramo, Ed. Bartleby, traducción de Xoán Abeleira).